Remando en el mar

Nos reunimos toda la promoción del 97 tras varios años sin vernos. En esa reunión decidimos hacer un viaje juntos por la Riviera francesa. Una buena propuesta como todas. Sentirnos jóvenes de nuevo con la misma gente con la que compartimos la adolescencia.

Llegó el día del viaje y no faltó ninguno. No había nada que reseñar. Estuvimos viendo la zona y visitando diferentes ciudades de la Provenza. Lo bonito fue volver a conocer a la gente y ver cómo les había ido en estos últimos años en los que muchos han estado desaparecidos.

Pero las vacaciones se acaban, y estas también. Teníamos que bajar a la playa para coger nuestro crucero que nos llevaría a casa. Era invierno, y nevaba. No sé hace cuánto que no nieva en esa región, pero el frío polar se sentía en los huesos.

Mucha gente quería abandonar el pueblo, y la única manera era por mar. Es increible que tanta gente viaje en esta época del año. Tras salir de un zulo en el que habíamos organizado una fiestecilla bajamos a la playa. El trayecto era largo y había muchas complicaciones. Unos cuantos nos separamos del grupo principal.

Llegamos suficiéntemente abajo como para conseguir los últimos cubos para achicar agua, pero la cola era demasiado larga y la gente no sabía muy bien de qué iba aquello. La experiencia es un grado, y Juan y yo habíamos estado hace años haciendo la misma ruta. En el lío de los cubos conseguimos avanzar rápidamente. Pero aún había que bajar más, encontré un pequeño atajo. Pensé que el resto del grupo me seguía, pero no, me quedé solo. Pero por suerte vi un poco más abajo a Daniel, así que me colé en su puesto.

Lamentablemente él no llevaba cubo. Bueno, ya haríamos lo que fuese. Seguimos bajando. Se hacía interminable, encontramos un resquicio nuevo, y estaba lleno de cubos planos. Cojimos dos y abandoné mi cubo inicial. Llegamos al último control y nos anticipamos a muchos que no tenían el cubo. Y por fin accedimos a la playa.

Las balsas para llegar al crucero estaban lejos de la orilla y casi inundadas. Había cierto oleaje y Daniel no nadaba muy bien. Pero le dije, sin más a por aquel bote, no quedaba mucho tiempo y tenemos que pillar el crucero sin más dilación.

Tras gran esfuerzo logré subir al bote y achicar un poco de agua, pero había perdido mi cubo plano. Daniel estaba pasando apuros, pero por suerte pude guiar el bote y subirlo. Me ayudó en el achique de agua, pero había que bogar hacia el crucero. Así que empecé a bracear dentro del bote. Daniel achicaba y yo remaba.

Tras 15 minutos siguiendo a otros botes, por fin caimos por un remolino que nos llevó al crucero. Había una cápsula de transporte que llevaba de los botes al crucero. Nos costó llegar a ella, pero pudimos subir. Fue muy cansado, pero ya estábamos dentro. Nos secamos y nos cambiamos y nos fuimos rumbo al crucero. La cápsual estaba llena. Era momento de risas y de contar anécdotas.

Estábamos sentados al lado de una chica rubia de ojos claros, parecía extranjera, pero resultó ser de nuestra ciudad. Gracias a Daniel, conseguimos una buena amistad con ella durante el trayecto. Ahora mismo no sé qué fue del resto del grupo, ahora sólo me preocupa a ver a donde podría llegar mi amistad con esa belleza de ojos claros.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
¿continuará? :)

Cleo
Victorino Blanco ha dicho que…
Pues no lo sé... pero es muy difícil. Estas historias las saco de mis sueños, por eso son tan incoherentes en su estructura y su forma.

Aunque a veces sueño con lo mismo, muy pocas veces las historias continuan.

Entradas populares de este blog

Verdades y mentiras sobre la crisis económica

Rubén Kameli

Eurovisión de nuevo