La niña con un caparazón de tortuga

Una vez conocí una niña con un caparazón de tortuga. El caparazón se lo puso para que nadie viese lo que había debajo. Aunque de vez en cuando asomaba la cabecita, era asustadiza y siempre volvía a esconderse dentro de su caparazón.

En su caparazón la niña estaba calentita, tranquila y a gusto. Tenía miedo a que, si no tenía el caparazón, los demás la viesen cómo es y que la rechazasen o, peor aún, que se aprovechasen de ella.

Un día esa niña conoció a un principito. El principito era diferente al de los otros cuentos. Era tímido, muy poco valiente y muy peculiar, pero tenía un buen corazón. El principito le dijo a la niña que por qué tenía un caparazón. Y ella no le respondió. Al ver el caparazón, el principito pensó que quizá tenía algo que ocultar, o algo qué proteger, así que decidió superar sus miedos y ser más valiente para proteger a una niña que tenía un caparazón. A pesar de todo, ese caparazón le asustaba.

La niña y el principito se hicieron muy amigos, y a medida que se conocían, la niña pasaba más tiempo fuera de su caparazón, y el principito se hacía menos tímido y más valiente. Algún día, el principito se hizo daño con el caparazón, y no le gustaba que la niña se protegiese con él. A la niña, no le gustaba que el principito tratase de burlar al caparazón, y le quería fuera de él. Hasta que un día, la niña invitó al principito a pasar dentro de su caparazón. El principito tenía mucho miedo a ese caparazón. ¿Qué habría dentro? Y la niña tenía miedo de que al principito no le gustase lo que había dentro del caparazón.

El principito vio que dentro del caparazón no había nada, que todo lo que la niña escondía era ella misma. No había ni un tesoro, ni un secreto ni nada que proteger y, entonces, entendió que la niña no necesitaba el caparazón siempre que él estuviera cerca. La niña entendió que sin su caparazón podría ser más débil, y pensó, y pensó.

Pero la pobre niña se asustó, no estaba preparada para que viesen su caparazón, y mucho menos a desprenderse de él. Así que le dijo al principito que se fuera lejos. Así que el principito se fue, sabiendo que ya no podría proteger a la pobre niña del caparazón. La niña se volvió a meter en su caparazón, pero había aprendido muchas cosas, entre ellas a que el caparazón no sería necesario para siempre, así que decidió desprenderse de él.

Un día, la niña se volvió a encontrar con el principito. El principito era el mismo y ella, también, sólo que habían cambiado. Ella ya no quería su caparazón, aunque lo seguía llevando a cuestas y él ya no tenía miedo al caparazón, aunque seguía estando ahí. Así que los dos fueron amigos y comieron un pollo asado y fueron felices hasta que el caparazón desapareció. Y entonces...

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