Acuérdate de dónde aparcaste el coche.

Todo empezó una noche como otra cualquiera. Parece ser que era fin de semana, pues habíamos quedado los colegas para salir por ahí. Era raro, pero había muchos colegas. Nos metimos en un bar y estuvimos toda la noche allí. Allí conocimos a Iva, pero se enganchó mucho a Javier y David. Armando hizo gracias. La noche pasaba y yo no me enteraba. Tres horas desaparecieron de mi vida. entre las 3 y las 6 de la mañana no sé que fue de mi vida, no sé dónde estaba. Fue como si el tiempo hubiese avanzado sin darme cuenta. Lo suficiente como para no enterarme de qué había pasado en la noche, por qué yo estaba sólo y por qué nadie me comprendía.
Al terminar la ronda de garitos y tugurios íbamos por la calle, cerca de la calle Alcalá. Iva se había quedado con David y Javier y les había perdido de vista. Gonzalo me dijo que por qué les buscaba, ellos iban a su bola.
Yo quería pasar por la tienda de numismática, en el escaparate ponen los precios de monedas antiguas y nos habíamos encontrado una de 2000 pesetas. Seguro que vale más. Habíamos acordado darnos un homenage alcóholico con ese dinero y yo estaba seguro que nos darían más. Pero la gente iba al Sur y no al Norte, donde estaba la tienda.
Perseguíamos a Iván, que también se nos perdía, como lo hicieron Javier y David. Fuimos andando y perdí a todos mis colegas, de repente me encontré en una plaza sólo. Me pareció ver a una antigua compañera del instituto y la decidí saludar - ¿Estefanía? - otra chica se dio la vuelta, también la conocía, aunque no sabría decir de qué... una chica que había a mi lado del mismo grupo me dijo que a mi me conocía, es cierto, era amiga de un colega. Me preguntó que si iba solo y les dije que sí - Pues te vienes con nosotras. Eran un montón de chicas, pero tres se separaron conmigo y decidimos ir a un sala llamada el Lagarto. Yo ya estaba perdido.
Allí las chicas se encontraron con un amigo suyo, Miguel, y empezamos a charlar. La noche podría terminar bien pero de repente una chica se enrolló con Miguel y las otras dos entre sí. Decidí irme, allí no pintaba nada.
¿Dónde estaba? Ya no sabía ni dónde quedaba mi coche. A la salida me di cuenta que eran las 9 de la mañana y que estaba cerca de mi casa. Me encontré a mi amigo Gonzalo. Y le dije que tenía que volver a por el coche. Pero él no me acompañaba. Así que fui a coger el autobús. Pasaban más líneas que lo que era habitual, el sueño y la falta de normalidad en el asunto me hizo perder tres, al final cogí aquel que estaba más lleno.
Vi como en el fondo había una canceladora de billetes, pensé en no pagar, pero en fin, tampoco pasa nada. Saqué mi bonobus nuevo y fui a picar, pero estaba picando un ciego. La canceladora había desaparecido y mi mochila me molestaba. No quería que me robaran. Un ecuatoriano me dijo que no había canceladora que la forma de cancelar era pasarle el billete por una cicatriz que tenía en el pómulo izquierdo de su cara. Pensé que era una broma, pero cuando vi que un usuario lo canceló de esa forma decidí que era el momento. Ya habían pasado tres paradas y se había vaciado el autobús, era complejo cancelar. Le dije a un viejo que me sostuviera el balón. agarré el billete y lo coloqué sobre la cicatriz, y lo deslicé como una tarjeta de crédito. El billete se canceló, pero empezó a manar una gran cantidad de sangre. Mi mano estaba totalmente roja y el suelo del autobús encharcado. Ya no veía mi balón. Pude sacar unos pañuelos de papel y limpiarme pero aquello era un asco. En el autobús iban mi colega Javier y mi colega Justo que al ver el escándalo se acercaron. Me ayudaron a limpiarme. El balón estaba en la puerta, lo cogí. Al agacharme me manché algo de sangre el trasero del chándal, pero había cosas peores.
Nos bajamos del autobús y fuimos al metro. El metro también había cambiado, era más estrecho, se parecía a un autobús pero iba por railes y túneles. Bueno, iba camino de mi olvidado coche. Allí hablé con Javier y de las buena relación que iba a tener con Iva - cerdo asqueroso - pensé yo. En megafonía sonaba una canción punk-rock que hablaba de que estaban hartos de ver tanto mono por la ciudad. Javier se empezó a reir y a cantar la canción. Justo al lado suyo había un Peruano de 190 cm que le miró con ganas de partirle la cara. En los ochenta era habitual llamar monos a los maderos - dije yo en tono conciliador. El peruano se rió también. Zafamos, por esta.
No sé como pero acabé de nuevo cerca de mi casa. Yo quería mi coche. El coche que abandoné cuando quería yo también estar con Iva. Eran las 11, decidí dejar el coche y volver allí después de haber dormido. Sólo quedaba la bronca familiar por llegar a esas horas sin avisar.

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