Trastorno bipolar I

Últimamente estoy tocando un tema que monopoliza el "Blog". Por eso quiero, o por lo menos voy a intentar, analizar la situación.
El asunto es el de la satisfacción personal y como lograr incrementos de la misma con acciones propias. Imaginemos.
Supongamos un niño que sufre alteraciones psicológicas debido a un cierto maltrato emocional involuntario por parte de sus progenitores. Normalmente los padres suelen poner limitaciones a sus hijos con el fin de que no cometan errores hasta que aprendan a discernir entre lo que ellos creen que es bueno y lo que es malo. Existe un problema si esa escala de valores es diferente al del resto de los niños con los que convive el chaval. Esto puede ser debido a varias causas, una de ellas es que los padres de ese niño son de otro lugar o tienen una edad superior al de los padres del resto de niños. Además, la represión de las acciones que comete el niño y que no están dentro de la escala de valores puede ser ejecutada mediante castigos psicológicos, amenazas e imposición del miedo. Es decir, actos que son respondidos con consecuencias terribles.
En una situación de este tipo, el menor crece con miedo a cometer errores que tengan consecuencias nefastas para él, debido a un ente superior que es capaz de responder consecuentemente a sus acciones. A partir de ese momento, cualquier acción que se lleve a cabo será meditada en un análisis coste-beneficio.
Es lógico entender que una predisposición genética a trastornos neurológicos unido a este tipo de antecedentes educativos puede generar un cierto rechazo a la toma de decisiones no rutinarias. Así, por ejemplo, acciones habituales como las tareas típicas del colegio, la relación con las personas conocidas y la actividad diaria del niño serán totalmente normales. Sin embargo huíra de aquellas actividades a las que no se ha enfrentado antes por miedo a actuar "mal" y ser reprendido.
Este cultivo del miedo no desaparece con la mayoría de edad y la responsabilidad en la toma de decisiones. Llega un momento en que el que era niño ya no lo es y tiene que enfrentarse a situaciones que nunca antes había resuelto y, además, sin la ayuda de los progenitores orientadores. Pero podemos poner una traba más, los progenitores no están ahí para ayudar pero sí para recordar, y atemorizar, sobre las consecuencias nefastas de las decisiones equivocadas.
Esta demostrado que una persona que se enfrenta a una situación novedosa, incluso una que desea, como puede ser acudir a una fiesta, ir a un nuevo trabajo, hacer un viaje, etc. genera un estado de cierto nerviosismo que forma parte de la actividad normal del ser humano. De hecho, en ese periodo se segregan no sé que hormonas que provocan una cierta sensación de euforia y satisfacción. En el individuo que tratamos esta actividad no se realiza de forma normal.
El proceso entre la toma de decisión para hacer una tarea y la realización de la misma se convierte en un calvario. No sólo no hay euforia sino que todo se convierte en pánico. Pongamos un ejemplo. Imaginemos que un amigo cumple 19 años y decide invitar a cenar a su casa al grupo de amigos y después ir a tomar por ahí unas copas en una zona de diversión. Genial ¿no? Lo vamos a pasar muy bien esa noche, conoceremos unas muchachas divertidas y será la mejor quedada de la historia. Esto es lo que pensaría cualquier persona normal. Pero un sujeto como el que estamos tratando tendrá claro que se montará una trifulca, que un drogadicto les robará el dinero y que unos neonazis le pegarán una paliza. A medida que pasan las horas la genial idea de salir por ahí a "fiestear" empieza a no parecerle tan agradable como parece resultar. El incremento de satisfacción por acudir a una fiesta se oscurece por el sentimiento de malestar que genera el tener que ir a esa fiesta.
El pánico se mete totalmente en el cerebro y empieza a somatizar al cuerpo. Qué genial sería ahora ponerse enfermo, porque una situación que me da también pánico es decirles a mis amigos que no quiero ir, me verán como un "malqueda" como un gallina. Ahora que lo pienso, me duele la tripa, creo que me ha sentado mal la cena. Tengo frío y es agosto, me entran ganas de vomitar. Vomito. Chicos, no puedo ir, mirad como estoy de mal.
Llego a casa temblando, poco a poco se me va pasando, me voy concienciando de que no voy a ir a la fiesta y decido no ir. Todo se calma, la tripa me deja de doler y llega otro día. No hay más síntomas.
Este es el inicio de un largo periplo de situaciones que no se controlan. Poco a poco el hecho de ir a estas fiestas es más rutinario, hasta el punto de poder acudir a una. No pasa nada, dos veces más y en la mente del sujeto ya no hay temor. No ha habido consecuencias, podemos decir que esta actividad ha sido superada.
Pero a lo largo de la vida del individuo se encontrará con otras actividades no rutinarias. En esta situación es difícil poder decir "toma aquellas acciones que están en tu mano para que tu vida sea más satisfactoria". Aún así se intenta.

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