La incomunicación lleva a la intolerancia

Sigo dándole vueltas a la personalidad de los humanos. Estoy comprobando como la inestabilidad emocional de los individuos provoca a su vez desvaríos argumentales y, lo que me resulta más inquietante, modificaciones de conducta temporales.

Pero me he dado cuenta de que esa sensación siempre está referida al otro. ¿Quién es el otro? El otro, aunque parezca una tautología, es el que no eres tú. Es decir, tú no puedes ponerte en el lugar del otro. Esto supondría una total negación de la empatía. Y claro, no puedo decir eso, así que debo reformularlo para que sea más real sin hacer la situación más compleja.

Parecería que todo lo que cuento es un lío, pero tiene una conclusión. La impresión que tienes sobre el otro, es una impresión personal e intransferible y que, por lo tanto, puede no ser compartida por nadie más. Las actitudes chocantes de las personas se producen, de algún modo, ante la decepción o, por lo menos, la falta de previsión de que tal hecho ocurra. Es decir, todo el mundo tiene unas espectativas de todos los hechos que acontecen. Cierto es que esas espectativas tienen un margen de error que nosotros mismos valoramos. En nuestro subconsciente vemos que hay hechos con mayor o menor probabilidad de que ocurran. Si creemos que algo va a ocurrir, nos chocaría que no ocurra, si hay un hecho del que creemos la total aleatoridad de que se produzca o no, pues no nos extrañaremos si se produce el hecho en sí, incluso el contrario.

Esto llevado a las relaciones humanas nos lleva a afrontar las conductas de los individuos de la misma forma. Y es que no entenderemos aquellas actitudes que se salen de la norma que nosostros mismos hemos establecidos. Podremos asumir fácilmente que un individuo al que etiquetamos con tales probabilidades de actuar de determinada manera se comporte de dicha manera, pero estaremos desconcertados si el comportamiento se sale de esa norma que hemos marcado.

Y ahí está lo interesante del asunto, en que no hay una norma de conducta universal, sino una norma que nosotros mismos ponemos a los que nos rodean.

Últimamente estoy viendo que muchos de los problemas que tengo para entender el comportamiento de los individuos parte de ahí, del pensar que todo el mundo es coherente con su forma de pensar. Pero el error es mío, en el análisis de base, he interpretado que dos comportamientos que se deberían resolver igual ante la similitud de los mismos. Y el error están en pensar que los antecedentes del comportamiento han sido evaluados como similares por mi, y no tienen por qué serlo para el ejecutor del comportamiento. Es decir, el que yo crea que alguien no está siendo consecuente con sus actos del pasado no quiere decir que "el otro" esté siendo inconsecuente, sino que mi percepción sobre ambos acontecimientos es diferente a la del otro.

He ahí la dificultad de la interrelación con los humanos. De momento sólo he encontrado una posible solución al conflicto: La constante comunicación que permita interpretar a los sujetos de la interrelación las situaciones y así poder tener unas previsiones con mayor información. Esto no siempre es fácil. El humano, por lo que he visto, es bastante remiso a la comunicación con el otro y a la apertura de sus pensamientos. Supongo que por miedo a replesalias y al enfrentamiento con la intolerancia.

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